Pasamos ya por 2011, o mejor, 2011 pasó por nosotros, y el torrente, claro está, ha hecho su trabajo: ya no soy el mismo que era hace un año y los estragos de este año particularmente caudaloso en eventos (¿cuál no lo es?) se pueden ver en este blog. Y me gustaría decir que después de tanto post, tanto tweet y tanto intercambio de correos hablando de todo, he encontrado finalmente un modo de poner orden a los hechos que me rodean; con una receta que me permita, de un modo sistemático, afrontar el oleaje y llegar a confortables certidumbres. Lamentablemente no puedo decirlo. A lo sumo, puedo decir que este año ha logrado que me reafirme en el único modo que considero aceptable para afrontar lo que se nos viene encima si los mayas se equivocaron (el Mundo de 2012 en adelante, casi nada).
En definitiva, creo que básicamente no tenemos más remedio que comportarnos como si existiera la verdad y creer que, esforzándonos, podemos encontrarla. Animados, eso sí, por la intuición de que es posible saber cuando hemos avanzado algunos pasos hacia la verdad. Descartes quizás tenía una intuición similar cuando decía que las ideas verdaderas eran aquellas con un brillo particular, como su “pienso luego existo”: eran “claras y distintas”- una caracterización elocuente, pero insuficiente. Sin embargo creo que la intuición de que una idea que nos acerca a la verdad causa un efecto particular cuando logra, de un plumazo, desenredar las más endiabladas madejas, podemos sentirla leyendo estas líneas con las que Bertrand Russell (en The Problems of Philosophy) fulmina la refinada metafísica de Kant (y de otros que le siguieron).
“El espacio y el tiempo parecen ser infinitamente extensos (…). El espacio y el tiempo parecen ser infinitamente divisibles (…). Contra estos hechos aparentes (extensión infinita e infinita divisibilidad) los filósofos habían dado argumentos mostrando que no podía haber colecciones infinitas de cosas (…) Así, emergía una contradicción entre la aparente naturaleza del tiempo y el espacio y la supuesta imposibilidad de colecciones infinitas. Kant, que fue el primero en señalar esta contradicción, dedujo la imposibilidad del espacio y el tiempo, y desde entonces muchos filósofos han creído que el espacio y el tiempo son mera apariencia (…). Ahora, sin embargo, debido al trabajo de los matemáticos, especialmente de Georg Cantor, sabemos que la imposibilidad de colecciones infinitas era un error. No son de hecho auto-contradictorias, sino que contradicen ciertos prejuicios mentales bastante obstinados. Así pues las razones para considerar irreales tiempo y espacio se han vuelto inoperativas, y una de las grandes fuentes de las construcciones metafísicas se ha secado”.